Cuando Francis Fukuyama difundió por el mundo su famoso texto que declaró el fin de la historia, sólo estaba reproduciendo la visión de miles de intelectuales neoconservadores, optimistas por el avance incontenible del capital financiero y la economía global. Fukuyama soñaba con un mundo de mercado y democracia, sin antagonismos sociales. Preveía, con posmoderna sinceridad y reclamándose seguidor del pensamiento de Hegel, un futuro promisorio, de equilibrio comercial y bienestar para la humanidad, conducido por un Estado universal.

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