El proceso político y social que se instala en el Ecuador a fines de 2006 constituye una encrucijada para todos los movimientos populares clásicos, porque les plantea varios retos políticos y teóricos, a la vez que también está presente un signo de esperanza en el sentido democrático profundo que lo anima. Los viejos caminos recorridos, que permitieron arribar a este punto de quiebre, ya no son suficientemente válidos para los nuevos escenarios que demandan replanteamientos estratégicos en la disputa por la hegemonía en el Ecuador, y un quehacer específico en la coyuntura que se desenvuelve. Los movimientos obrero, indígena, campesino y estudiantil, en gran medida ligados a partidos con tradición de izquierda, fueron decisivos para generar las condiciones de una crisis de hegemonía para el modelo neoliberal, pero no son los que conducen el actual proceso de reformas. La coyuntura que se abre en 2006 toma como lemas: “dejar atrás la larga noche neoliberal”, “acabar con la partidocracia”; y avanzar la “revolución ciudadana”. No es más, ni es menos que eso; es un dato a tener en cuenta para la interpretación política.

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